Pablo Tomé. S/T
Acuarela sobre papel
40x60cm
400 €
Pablo Tomé (1956, A Coruña)
Consideraciones acerca de un ladrón de vistas.
Caminar es trazar una línea sobre el paisaje. Una línea siempre incompleta. Y paso a paso marchar hacia lo irresoluble. Sin embargo, encontramos amparo en efímeras perspectivas que inmediatamente desechamos cuando el camino toma otros rumbos y parece ofertarnos otros tantos puntos de vista con los que deleitarnos. Un discurrir que celebramos haciendo un alto. Tal vez entonces la claridad nos invada, pudiendo asegurar que entendimos algo, pues parecerían cuadrar los distintos planos que conforman la llamada realidad. Y es en ese preciso instante que imagino a Pablo Tomé esbozando los contornos de sus epifanías. Dibujos de parajes siempre interiores: opiniones metafísicas, intuiciones acerca del paso del tiempo, vacíos de sentido que colorea como para darles el aire de acabados.
Pablo Tomé cuestiona el estado de las cosas interrogando el paisaje por el que deambula. Se mueve ─abstraído, sigiloso, ausente…─ como un refinado ladrón de vistas. El trazo trémulo, inseguro, de sus croquis revela que ignora adónde lo llevará la línea. El artista crea otra realidad: la ficción necesaria para considerar la realidad. Sin ficción ─sin reinventar el erial que nos rodea─ el entorno no se sostiene por ninguno de sus costados. Existen lugares cuando alguien se toma la molestia de imaginarlos. Es sabido por todos que los ladrones de joyas funden rápidamente el botín para darle otra apariencia, otra vida. Los alicientes que lo llevan a plasmar una u otra vista son un enigma. A veces, parece que es la rutina de peatón la que le ordena representar hasta la saciedad las calles de su ciudad. Y ahí se deja traslucir la obsesión con la que parece querer borrar Santiago de Compostela a fuerza de representarla. Como si dibujándola sin cesar la negara y mediante esa negación inventara una nueva ciudad, la suya. Un escenario sin gente en donde la humanidad se encuentra, precisamente, en las líneas que marcan ese pulso estremecido que, lejos del convencimiento de nada, parece manifestar que tampoco la vida es algo que pueda terminarse.
Texto de Ignasi Duarte.
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